Un charro.
Un charro mira pasar la vida desde el quicio de la puerta de su negocio, es un charro de nueva generación, es la manera de ser júnior en estos lares polvosos y dejados de la mano de dios, es un charro sin peones y sin congéneres charros, es un charro que mira desde el hombro y no se roza, ni por accidente, es un charro que se embebe por un mundo en el que el Chicote y Mantequilla encarnaban a los portavoces de los deseos de los amos, de los señores. Agustín Inzunsa, también dio vida a estos seres sancho-panzianos imprescindibles en la dinámica de las películas de charros de la mítica edad de oro del cine mexicano, que eran mayordomos, celestinos, valets, caballerangos y lo más importante, el eslabón entre el señorito y la peonada. Ellos, los Sancho panza, también se fueron, quizás los últimos, pero también se marcharon y dejaron al señor allí recargado contra la puerta de la casa, añorando, sintiendo, pensando…
A veces me pregunto, ¿que universo habitarán y a que campanas habrán de responder?, ¿cuando les llegará otra oportunidad?, ¿cuando se volverán a montar en sus briosos corceles para vivir, del aplauso y la mangana para dejar en el lienzo, pinceladas de destrezas ya inútiles y sin razón de ser?, ¿cuando, las elites, serán de nuevo necesarias para poner en pié un mundo que se ha declarado en fuga?, ¿cuando regresaran de nuevo aquellos tránsfugas del arado, la caravana y pleitesía que se escaparon por la puerta de atrás (Puerta falsa) dejando solo nostalgia y un vacío que no llena ninguna cabalgata?.
Es el vacío del poder, Es el vacío del saberse especiales, de sentir que ya nadie escucha la voz ni el eco de la voz, que se pierde en la trojes más vacías que nunca.