Thursday, July 30, 2009

La decena tràgica

LA DECENA TRÁGICA
José Valero Silva


Es una tarea muy difícil señalar correctamente, dentro de sus circunstancias, los hechos con valor histórico dados en la evolución política de nuestro país. Así, se justifica volver a emitir un juicio sobre la Decena Trágica (9 al 22 febrero 1913), considerándola desde los ángulos nacional e internacional, y muy especialmente en cuanto a nuestras relaciones con los Estados Unidos, por los conceptos y actitudes que en aquella época tuvieron los norteamericanos respecto a México.

Nuestra nación se conmocionó en la primera década del siglo actual, porque entonces se inició, formalmente, la revolución armada, enarbolando como bandera el Plan de San Luis Potosí (20 noviembre 1910). Este movimiento netamente popular, que se caracterizó inicialmente por su valor político, después tuvo trascendencia por sus conquistas de orden social, las que fueron sancionadas en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917, mismas conquistas que se tomaron en cuenta más tarde tanto en la Revolución Rusa de aquel año como en Alemania y en España al tiempo de legislar.

Nuestra Revolución de 1910 consiguió derrocar de la presidencia de la República al general Porfirio Díaz, quien desde 1876 controlaba el poder público. Pero es justo aclarar que no obstante las limitaciones de Díaz, este presidente tuvo el talento necesario para consolidar el prestigio nacional, tan mellado especialmente después del fracaso del segundo imperio. Sin embargo, Porfirio Díaz que también procuró la prosperidad económica, logró sus metas a costa de sacrificar en perjuicio del pueblo el aprendizaje y el ejercicio de sus derechos cívicos, consagrados y garantizados en aquel tiempo, al menos teóricamente, en la Constitución Federal de 1857, marco de la legalidad de todos sus gobiernos.

Durante el siglo pasado, el pueblo mexicano fue creando y afianzando su conciencia de nacionalidad, la cual le permitió tener personalidad y definición política. Por eso, cuando nuestra soberanía estuvo a punto de perderse con motivo de la intervención de Maximiliano de Habsburgo, el presidente Benito Juárez, con acierto, hizo funcionar al servicio de su causa aquella conciencia nacional que con tantos sacrificios se había conseguido. Después del triunfo de la república (1867), Juárez confirmó que las bases de su gobierno serían las ideas progresistas, las democráticas, las republicanas y las liberales. Luego, su sucesor, Sebastián Lerdo de Tejada, con propósitos similares, en la misma línea política, pero con mayor extremismo, elevó al orden constitucional las Leyes de Reforma que, desde su promulgación, habían establecido con gran fuerza la separación de la Iglesia y el Estado y marcado la trayectoria política de México para el futuro.

Cuando nuestro país ya era dueño de su propio destino político, el general Porfirio Díaz asumió la calidad de presidente de México (1876). Pero para ascender al poder, se apoyó en las armas, de acuerdo con su Plan de Tuxtepec, prohijado por un movimiento militarista. Los alzados contra el gobierno de Lerdo de Tejada defendieron entonces, como principio, "la no reelección", pero al poco tiempo, perdió su actualidad, pues varios amigos del general Díaz que habían luchado por aquel principio volvieron a actuar, pero ahora en sentido inverso hasta dejar aquella conquista sin efecto. De modo que sus partidarios y también los enemigos reconciliados con el presidente le facilitaron a Díaz su perpetuación en el poder.

La maniobra reeleccionista a favor del general Díaz propiamente se inició durante su primer gobierno; después del mismo, le sucedió el general Manuel González (1880-1884), quien, cumpliendo con la Constitución y siguiendo con lealtad las instrucciones de su "compadre", respetó la promesa de devolver el mando, pues sólo se lo había confiado transitoriamente. Desde entonces, Porfirio Díaz gobernaría ininterrumpidamente, de 1884 a 1911. Durante sus administraciones, los políticos que no pertenecieron al círculo de Díaz quedaron postergados, o bien sin la oportunidad de participar con éxito en el mundo de los negocios. El presidente Díaz poco a poco fue consiguiendo la paz, el orden y el progreso material, aunque también es cierto que mientras tanto un sector del pueblo sufría muchas injusticias sociales que en aquel tiempo eran el común denominador de las sociedades pertenecientes al mundo occidental. Los gobiernos de Díaz quedaron perfectamente comprendidos dentro de la famosa frase, por sí misma descriptiva, de: "poca política y mucha administración". Su conducta pública satisfizo a la mayoría de los contemporáneos militares, políticos, periodistas y al pueblo en general; pero desde su antepenúltima reelección (1896-1990), y especialmente al principiar nuestro siglo, empezó a variar aquella simpatía conformista respecto a la actitud pública del gobernante. Desde entonces hubo nuevos ideales de tipo democrático que entraron en boga, y que sirvieron para pensar en el sentido de que se había de propugnar por la renovación del poder. Simultáneamente también tomaron vuelo en el país, con activa propagación, varias teorías y conceptos de carácter social concebidos en Europa y en los Estados Unidos, principalmente en beneficio de las clases obrera y campesina. Entre los hombres pertenecientes a la generación de valientes que se opuso a Díaz encontramos, entre otros, a Camilo Arriaga (1862-1945), Ricardo (1873-1922) y Enrique (1877-1954) Flores Magón, Praxedis Guerrero (1882-1910), Juan Sarabia (1882-1920), Antonio I. Villarreal (1879-1944), Santiago de la Hoz (1883-1914), Librado Rivera (1864-1932), Esteban Baca Calderón (1876-1957), Antonio Díaz Soto y Gama (1880-1967), etcétera.
Dicho grupo resultó ser el precursor de la Revolución Mexicana, y para aclarar mejor su postura rebelde, valga recordar que en general las mentalidades de aquellas personas estuvieron conformadas por las lecciones de Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895), fundadores del socialismo científico; de Pedro José Prouhdon (1809-1865), de tendencia anarquista e impugnador de las doctrinas socialistas y comunistas, además de haber sido teórico del movimiento obrero moderno; de Miguel A. Bakunin (1814-1876), anarquista y amargo oponente del marxismo; de Pedro A. Kropotkin (1842-1921), quien adoptó el credo anarquista y trabajó activamente en la propaganda nihilista, y de otros apasionados de la causa del pueblo, así como por la información de los artículos anarquistas de Barcelona, España, o de Regeneración en nuestro medio. Aquellos inconformes mexicanos trataron de poner en práctica en nuestra república, y en algunos casos en los Estados Unidos, las soluciones con las que simpatizaban. Pero al principio fracasaron sus esfuerzos; y dicho resultado fue lógico, pues en nuestro país, sus metas eran inadmisibles por muchas razones, y especialmente porque el régimen porfiriano fue impermeable a las innovaciones sociales. Inclusive, esa misma sed de reformas sociales anheladas por el pueblo le sirvieron al gobierno de pretexto para ejercer la represión. Por tanto, en los últimos años del siglo pasado y en los primeros del actual deben buscarse los orígenes ideológicos que fundaron la mentalidad revolucionaria de los hombres iniciadores de la lucha armada en 1910. En efecto, en los pensamientos políticos y de valor social de los liberales jacobinos, los progresistas, los socialistas, los comunistas, los anarquistas y los anarcosindicalistas están las bases de la plataforma donde se apoyó el nuevo orden social de la Revolución Mexicana.

Antes del triunfo de Madero, había sido suficiente la capacidad administrativa de Porfirio Díaz, ejercitada en el ambiente nacional donde el positivismo señalaba las directrices de la alta educación para que el mandatario, apoyado en el ejército y en la policía, pudiera afianzar su posición y perpetuarse en el mando. También la nombrada posición política del general Díaz fue sostenida por la aristocracia mexicana y extranjera que, juntas, representaron un verdadero poder económico por la política de equilibrio conciliatoria del presidente respecto a la Iglesia, pues buscaba subordinarla a su autoridad y fines políticos por la manutención, a pesar suyo, de las diferencias materiales y culturales del pueblo; por la burocracia a su servicio que le era adicta y estaba agradecida, y porque el pueblo soportaba con resignación aquel orden de cosas, pues apenas una pequeña parte de la nación contaba con ciertas posibilidades decorosas para vivir o para desplazarse con libertad y actuar con alguna dignidad respecto a sus derechos cívicos. Todo lo anterior llevó al país al conformismo y a aceptar como fatalidad las reelecciones de Porfirio Díaz, aunque un sector de la población se benefició con las nuevas fuentes de riqueza. Pero esa situación prevaleció hasta que la generación de valientes ya referida se jugó en aquellas circunstancias su seguridad, la propiedad, la tranquilidad y la vida, con el solo propósito de ayudar a tambalear el poder del presidente, cuya meta política fue la de perpetuarse en el mando. Asimismo, aquellos precursores se propusieron ofrecer sus luces y esfuerzos para cooperar en la construcción de un México nuevo y mejor.

En nuestro medio político fue posible hacer la revolución por el sentimiento antirreeleccionista opuesto a Díaz; por la propagación de las ideas contenidas en el Programa del Partido Liberal Mexicano (1906); por el ideario anarquista; por los efectos de la campaña presidencial del general Bernardo Reyes (1850-1913); por la nueva conciencia obrera y campesina que nació con espíritu de lucha; por las acciones de Agua Prieta, Río Blanco, Acayucan, Viesca, Las Vacas, y por algunos otros asomos de inconformidad, por ejemplo la obra México bárbaro de John Kenneth Turner (1878-1948),[ 1 ] que inflamó los espíritus de muchos mexicanos antes de 1910. Como se dijo, al principiar nuestro siglo se empezó a desarrollar la ideología que hizo posible la preparación, y en su oportunidad el éxito, de la campaña electoral de Francisco I. Madero. Es decir, no hubiera bastado para triunfar tan sólo su inquebrantable voluntad ni el valor y los argumentos democráticos que puso en juego este líder coahuilense. En realidad fue necesario hacer converger la influencia de todos los antecedentes de nuestra Revolución para acabar de un golpe con la preponderancia política del general Porfirio Díaz, así como con los rasgos característicos de su régimen, en el que también resultaron impopulares el vicepresidente Ramón Corral y el grupo científico.

El triunfo de las armas revolucionarias, la trascendencia de los Tratados de Ciudad Juárez (21 mayo 1911), ya que los representantes de Díaz pactaron la renuncia del presidente y dieron "noticias fidedignas" de que Ramón Corral haría lo mismo respecto a la vicepresidencia; el destierro del general Díaz (24 mayo 1911), y el reconocimiento internacional de la revolución triunfante hicieron que el pueblo mexicano pensara que la anhelada aurora política al fin era ya una realidad que iba a servir para beneficiar a todos y que condicionaría una vida con más justicia social. Es decir, aquellos hombres sedientos de reformas pensaban en conseguir su elevación moral y material. Por eso, al triunfar Madero en Ciudad Juárez casi todos los ciudadanos se desplazaron con optimismo ya que sinceramente creían, aunque sin bases fijas, que sería muy saludable para ellos aquel desconocido porvenir que sólo podían imaginarse. De manera que lógicamente casi todos los mexicanos se alegraron de contribuir a matar al viejo régimen porque precisamente éste había sido el causante de sus desgracias. Nuestra idea se refuerza si recordamos el triunfo democrático de la campaña política de Francisco I. Madero durante el gobierno interino de Francisco León de la Barra, pues es famoso que lo condujo limpiamente y en medio de la popularidad a la primera magistratura del país. Sin embargo, también es cierto que desde aquel éxito democrático se vislumbró la escisión de la "familia revolucionaria" como consecuencia del triunfo del licenciado José María Pino Suárez, en su campaña para la vicepresidencia, sobre el activo y decidido doctor Francisco Vázquez Gómez, quien desde entonces se sustrajo de aquellas filas. Más tarde su hermano, el licenciado Emilio Vázquez Gómez, se rebeló contra el gobierno; como poco después, al aumentar el descontento en la república contra el presidente y su gobierno, también tomaron las armas los generales Pascual Orozco y Emiliano Zapata para combatirlo. Lo mismo hicieron, aunque con metas no revolucionarias, los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz.

Los acontecimientos hostiles a la administración de Madero, por su carácter o por las deficiencias del gobierno que él encabezaba, dieron lugar a que un grupo de personas interesadas en volver a hacer imperar el mundo porfiriano se dedicaran a reorganizar el viejo régimen, que por lo que entonces se vio en realidad sólo estaba aparentemente vencido y superado. Por eso, en aquella época, cayeron al suelo muchas ilusiones de libertad y de prosperidad social, sobre todo al provocarse la caída de Madero, pues la gente perteneciente al viejo régimen, después de calcular sus pasos, logró rehacer lo perdido y volvió a preponderar políticamente. A los porfiristas les fue más fácil su labor, por los resultados prácticos de la administración maderista, que significó en principio el descrédito de la Revolución Mexicana ; y hasta se podría decir de modo convencional que la revolución iniciada en 1910 fracasó como revolución, pues apenas si pudo conseguir derrocar entre los más prominentes a Porfirio Díaz, a Ramón Corral y a los Científicos. Fue exactamente durante la Decena Tr á gica cuando se dieron las circunstancias adecuadas para que la acción contrarrevolucionaria actuara con éxito en perjuicio de los anhelos y de las conquistas, imaginadas o logradas por los precursores y por los iniciadores de la lucha armada.

El resultado práctico de tipo político de la Decena Trágica consistió en elevar interinamente al general Victoriano Huerta a la presidencia de la República, desde la cual pudo poner otra vez en vigencia el ya abolido régimen de Díaz, pero ahora sin éste a la cabeza. El hecho de referencia también significó para el pueblo de México la vuelta al pasado y, en consecuencia, el fracaso de sus triunfos democráticos apenas puestos en práctica una sola vez, en la campaña presidencial de Madero. Por tanto, en virtud de los antecedentes citados y de las razones expuestas, se justifica examinar y revisar la Decena Trágica que dio lugar, además, a que momentáneamente se frenara el proceso normal de la Revolución Mexicana.

Para hacer más comprensible la Decena Trágica conviene asomarnos, de modo general, a las causas que determinaron la caída del gobierno de Madero. Lo anterior, sin rebasar los límites ni los propósitos de nuestra empresa, que sólo consiste en significar la importancia histórica del hecho: la Decena Trágica. Así, nos conviene recordar que Madero y Pino Suárez, a principios de 1913, ya habían perdido una buena proporción de su popularidad, y que por ello su gobierno sufría la más aguda crisis imaginable; de modo que casi cualquiera podía imaginar que se barruntaba su caída. En efecto, fueron notables en aquel tiempo la falta de control interno del gobierno, las presiones políticas y diplomáticas que quisieron derribarlo, el desconcierto de la "familia revolucionaria" y cierta anarquía, aparte de los levantamientos de armas ya mencionados y un desencanto del pueblo respecto a sus mandatarios, traducido en impopularidad. A mayor abundamiento, Madero poco a poco se había ido separando de sus verdaderos apoyos militares revolucionarios, y por eso su situación cada día fue más peligrosa. En efecto, Madero había licenciado a los "irregulares"; y en un momento dado, hasta pareció que simpatizaba con la idea de mantener preso a Francisco Villa, quien al fin se pudo escapar de Santiago Tlaltelolco ayudado por Carlos Jáuregui. Además, por razones que por sí solas se explican bajo aquellas circunstancias, Madero perdió en buena parte el apoyo popular al entregar su administración a un grupo importante de la "reacción" y la custodia de su gobierno al viejo ejército porfiriano. A tal grado éste se puso en manos de sus enemigos, que casi al final de su gestión, nervioso y sin parar mientes en la trascendencia de la autorización que le dio a su secretario de Guerra, general Ángel García Peña, accediendo a su petición, puso en las manos de Victoriano Huerta la seguridad de su propia vida. Para el general Huerta, aquella inesperada oportunidad lo condujo a ser el principal personaje de la Decena Trágica, por su central participación y porque consiguió encumbrarse y llegar a la presidencia del país. Ya en el poder, Huerta trabajó para tratar de anular los efectos positivos de la Revolución, y en consecuencia, para reafirmar los pilares que sostuvieron el gobierno de Porfirio Díaz. Es decir, otra vez puso en vigencia el viejo régimen; y entonces varios extranjeros y algunos mexicanos, satisfechos con la acción de Huerta, creyeron ver en aquel general la garantía necesaria para poder volver a vivir en el orden, la paz y la tranquilidad, privilegios ciertamente extraños en la república durante el gobierno maderista. En tal virtud, también es recomendable tener presentes ciertos datos sobre Victoriano Huerta, para entender mejor su participación en la historia de México.

Se sabe que Huerta, desde su niñez, deseaba significarse; que su actitud fue advertida en Colotlán, Jalisco, su tierra natal, por el general Donato Guerra (1832-1876); y que este general influyó para que se trasladara a aquel jovencito a la capital e ingresara en el Colegio Militar, donde con el tiempo sobresalió por su aplicación. Más tarde, durante su carrera, hizo gala de sus cualidades guerreras y aun de su dureza, como quedó constancia en el estado de Guerrero y en el sureste, en Yucatán y en Quintana Roo. Se ha dicho que Huerta tenía algunos resentimientos contra Díaz, pero es evidente que siempre lo respetó y admiró pues Huerta se sentía hijo del sistema dictatorial a tal grado, que después él lo adoptó durante su gobierno (22 de febrero de 1913-15 julio 1914). Al dimitir el general Díaz, lo distinguió eligiéndolo jefe de su escolta en el ferrocarril mexicano que lo condujo a Veracruz. Probablemente Huerta vio aquel hecho como un reconocimiento a sus méritos.

Al triunfar la revolución maderista, en vez de caer el general Huerta en la desgracia por pertenecer al ejército federal tuvo la fortuna de poder seguir sirviendo como militar al gobierno revolucionario triunfante, porque las tropas "irregulares" habían sido licenciadas. Por otra parte, en coincidencia con sus inclinaciones y sentimientos, le tocó a él ser elegido por el presidente Francisco León de la Barra y por el propio Madero, cuando estaba encargado del Ejecutivo, para combatir por órdenes del primero a Emiliano Zapata, y por instrucciones del segundo, al general Pascual Orozco en el norte. Es decir, el general Huerta estuvo comisionado por un presidente interino perteneciente al viejo régimen, y por el primero revolucionario, precisamente para que se encargara de hacer la contrarrevolución al mando del ejército federal. Por tanto, las circunstancias le permitieron actuar de acuerdo con su conciencia porfiriana, y por su eficacia como militar, pudo machacar a los hombres revolucionarios, cumpliendo con su deber. No sólo eso, sino que Huerta procedió con odio feroz respecto a los "irregulares"; y es famoso que estuvo a punto de fusilar al general Francisco Villa cuando ambos discutieron sobre una yegua robada. El acontecimiento tuvo lugar durante la campaña en la que Huerta, al mando de la División del Norte, derrotó a Pascual Orozco en las famosas batallas de Conejos, Rellano y Bachimba. Su triunfo militar reafirmó a Madero en el poder; y de paso, también le quitó al presidente el peligro que representaba el licenciado Emilio Vázquez Gómez, quien por entonces patrocinaba su propia revolución.

Después de derrotar a Orozco, Victoriano Huerta regresó a la capital muy optimista, no obstante que su ánimo podría haber estado quebrantado por la infección que traía en los ojos. Pero Madero, en vez de exaltar a su salvador, o bien reconocer de algún modo sus servicios, puso en entredicho su integridad y responsabilidad de militar; este proceder provocó en Huerta, de acuerdo con su carácter, redoblar su antipatía contra el encargado del Ejecutivo. Por eso, cuando el general jalisciense fue designado comandante militar de la plaza de México en sustitución provisional del general Lauro Villar, modelo de pundonor militar y ejemplo de lealtad que había resultado herido en la defensa del Palacio Nacional que atacó Bernardo Reyes, Huerta vio la oportunidad en el fondo de su ser de tomar venganza y de actuar conforme a sus propias conveniencias.

Para Huerta fue insufrible la manera como el presidente humilló su honor de militar. Se puede pensar que al principio le guardó algún respeto por no haberlo perjudicado aun cuando él era miembro del ejército federal; y quizá también, que perdonó a Madero a pesar de que le quitó la oportunidad de destrozar a Emiliano Zapata, como casi lo consiguió; pero ahora, definitivamente, no cabía en su ánimo resignarse a aceptar a Madero el trato referido. Según las Memorias que se le atribuyen a Huerta,[ 2 ] los triunfos conseguidos contra Pascual Orozco conscientemente fueron llevados a cabo con "la táctica de prolongar la campaña. [Pues] [...] mientras más larga es la campaña, es más productiva";[ 3 ] y probablemente así procedió, para darse a conocer políticamente de acuerdo con sus planes ya que, según Huerta, pudo ganar desde la acción de Conejos.

De acuerdo con las explicaciones dadas, hay que meditar antes de referirnos a Huerta "necesariamente" con vituperaciones o con fuertes adjetivos, en las razones que fundaron su conducta, para estar en condiciones de conocer los orígenes de su proceder político. El esfuerzo obviamente no debe servir para justificar su actitud, ya que esto no es la tarea de la historia. Es decir, sólo nos interesa comprender dicho proceder, porque históricamente hablando aquél fue determinante en la verificación del hecho: la Decena Trágica . Y, haciendo más claridad en el asunto, subrayando que de ningún modo pretendemos quitarle a Huerta la grave responsabilidad que le resulta ante la patria por el crimen político que cometió contra Madero y Pino Suárez. En realidad, sólo nos preocupa buscar una explicación a su conducta, ya que con ella casi consiguió darle nueva estabilización al viejo régimen que, para entonces, la gente que había hecho la Revolución ya consideraba superado. Por eso, más tarde el pueblo revolucionario de México tuvo suficientes razones para reaccionar contra Victoriano Huerta; en realidad, hasta que realmente se aplastó al viejo régimen, pudo continuar su programa de reformas sociales.

Según se sabe, la posición política de Madero a principios de 1912 estaba en entredicho; y no sólo eso, sino que en la Cámara de Senadores eran notables los ataques al presidente; aún se agravó más la situación, por los problemas del presidente con el cuerpo diplomático acreditado en México. Igualmente, en los campos de batalla se materializaba la impopularidad del representante del Ejecutivo, derramándose torrentes de sangre.

Sin considerar aquí, porque rebasaría nuestros límites, la importancia de tipo revolucionario que tuvieron el Plan de Ayala (E. Zapata: 28 noviembre 1911), el Pacto de la Empacadora (P. Orozco: 25 marzo 1912), o la postura del licenciado Emilio Vázquez Gómez, o bien la importancia que en aquellos momentos les atribuyeron sus partidarios a Bernardo Reyes y a Félix Díaz, la verdad es que a Madero y Pino Suárez les fue materialmente imposible cumplir rápidamente con las promesas que hicieron durante su gira electoral. Pero hay que admitir, en favor de los mandatarios, que el gobierno de la Revolución jamás estuvo en condiciones de improvisar una nueva burocracia adicta o un comercio emancipado del anterior régimen, o bien una banca poderosa sin vínculos con la porfiriana ni tampoco un cuerpo de gente preparada en las distintas ramas de la administración pública. Es decir, un personal, en general completo, que permitiera sustituir con eficacia al equipo de Porfirio Díaz. Quizá desde Ciudad Juárez, por las limitaciones señaladas y por la imposibilidad de improvisar aquel equipo ad hoc, fue necesario para los revolucionarios "transar" su triunfo y admitir la bandera legalista del orden constitucional. A ello se debió que el secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, sustituyera a Díaz en forma interina; y también por eso, desde el ángulo político, no solamente fue culpa de Madero aceptar la situación de orden público que inevitablemente se le impuso. En verdad la "transacción" referida quedó hecha por cuenta y riesgo de él y de las demás personas revolucionarias que lo rodeaban, como por ejemplo el doctor Francisco Vázquez Gómez, José María Pino Suárez, Venustiano Carranza, Abraham González, Pascual Orozco, Francisco Villa y otros "insospechables" por sus miras emancipadoras. Inclusive, Emiliano Zapata, que siempre fue intransigente como revolucionario, también aceptó con resignación los nombrados tratados de Ciudad Juárez. Sólo Ricardo Flores Magón y su pequeño grupo, que luchaba contra Díaz en forma independiente de Madero, y que apenas tenía bases realistas en qué apoyar sus fines, sólo con su digna postura anarquista rechazó aquel "arreglo". Ahora bien, más tarde, al ser Madero presidente, se dedicó a organizar motu proprio su equipo de trabajo; lo integró con varias personalidades pertenecientes al viejo régimen, y como para entonces ya no opinaron o pudieron participar en las elecciones de sus colaboradores los correligionarios de Ciudad Juárez, sólo a él le quedó la total responsabilidad de sus designaciones. Con esa explicación no eximimos a Madero de sus fallas, pero sirve para hacer constar que todos los revolucionarios, con la excepción del grupo nombrado, aceptaron "transar" el triunfo de la frontera y no perturbar el orden constitucional. De haber querido hubieran procedido al revés, apoyados en el hecho del éxito de sus armas. Pero hay que insistir en que la actitud política de aquellos combatientes habla mucho a su favor, pues quizá recordando los resultados del Plan de Tuxtepec no quisieron tener como mancha de origen llegar a la presidencia al través de la fuerza, o como consecuencia de su éxito militar, tal como Díaz lo consiguió contra Lerdo de Tejada. La meta de los revolucionarios, que desde el principio defendieron la bandera de la legalidad, consistió en cumplir esencialmente con los dictados de la Constitución, violada muchas veces por Díaz. De modo que apoyarse en el respeto de la Constitución fue la mejor razón que tuvieron para lanzarse a la lucha. Así se explica por qué, después de la dimisión de Díaz, Madero no tomó el poder directamente sino que se sujetó a que León de la Barra convocara otra vez a elecciones. De manera que el gobierno de Madero provino de un acto democrático y no del triunfo de las armas revolucionarias, sellado de manera legalista, en el Tratado de Ciudad Juárez.

Ya como gobernante, Madero no pudo resolver muchos de los problemas que se le presentaron durante su gestión; y las inconformidades juntas, en forma directa o indirecta, hasta se podría decir que casi con independencia del asunto de Victoriano Huerta y la Decena Trágica, contribuyeron fatalmente a su caída. Para desgracia de los hombres que antes habían hecho la Revolución, después del derrocamiento del gobierno, ya no les tocó a ellos heredar su propio triunfo, materializado en el Ejecutivo con Madero y Pino Suárez. Fueron las personalidades políticas del régimen porfiriano las que al fin se quedaron con el poder. Como si fuera una ironía, los propios revolucionarios que tomaron las armas contra el gobierno de Madero, porque según ellos él no cumplía con sus promesas políticas, fueron acusados justa o injustamente, de tener nexos con la "reacción", por ejemplo con los Creel y los Terrazas. De esta suerte, se dijo que Orozco contaba con dinero de los reaccionarios para hacer "su revolución"; y efectivamente sí lo recibió de aquéllos pero como préstamo forzoso. También se dice que Zapata pidió ayuda y armas a sus correligionarios norteños, vinculándolo de esta manera con aquella acusación. En realidad aquel "jefe" padecía mucho para sostenerse a pesar de que los surianos no recibían soldada. Ahora bien, al margen de dichas impugnaciones, que aún necesitan estudio y análisis, lo cierto es que ninguno de aquellos dos generales, ni persona alguna apoyada por ellos, se pudo quedar, después de la caída de Madero, con el gobierno revolucionario emanado del Plan de San Luis Potosí.

Fueron los hombres pertenecientes al régimen vencido por la Revolución quienes calcularon mejor los pasos políticos y arrebataron aquel triunfo que no les pertenecía. Para conseguir su meta, aparte de usar la traición y el asesinato, contaron con un buen apoyo económico y con el ejército federal, que previamente había hecho la contrarrevolución de manera legal y cumpliendo con su deber institucional, al mando de Victoriano Huerta. Por eso, las circunstancias llevaron a Huerta a ser la personalidad más importante de la Decena Trágica . En consecuencia, él fue la figura salvadora del viejo régimen; sin embargo, le fue difícil conseguir sus fines. Hay que recordar que entonces Huerta contaba con dos fuertes adversarios en política: Bernardo Reyes y Félix Díaz, y que aparentemente no tenía elementos prácticos con qué superarlos. Ante tal situación, socarronamente y con gran disimulo, Huerta no hizo esfuerzo alguno por mostrar sus ambiciones y dejó que aquellos dos generales resolvieran entre sí sus problemas, y se opusieran sus banderas, conforme a sus propias conveniencias para tratar de alcanzar la presidencia de la República. Mientras tanto, Huerta estaba acechando la oportunidad para lanzarse "tácticamente" hacia la realización de su finalidad y, como resultado lógico, dejar atrás en política a sus dos rivales. Todo lo previó con cálculo y sin hacer sospechables sus miras. Pero la iniciación de la Decena Trágica inesperadamente le empezó a rendir frutos, aun sin haber él intervenido en los primeros momentos de la misma. En efecto, ajeno a sus planes, estuvo el "suicidio", metafóricamente hablando, de Bernardo Reyes, que ocurrió cuando se lanzó en su insensata "carga" para tomar el Palacio Nacional y fue repelido con ametralladoras y la fusilería por órdenes del general Lauro Villar. De modo que, al desaparecer Reyes de la escena, sólo quedó Félix Díaz frente a Huerta como enemigo político importante. En realidad, Huerta, durante la Decena Tr á gica consiguió sujetarlo a sus planes con facilidad pues, como se verá, tuvo en sus manos a Madero y a Pino Suárez, a quienes usó como instrumentos para imponer condiciones. Más tarde, Huerta cometió la infamia de permitir que los mandatarios fueran asesinados, responsabilidad que quiso evadir, sin conseguirlo.

Parecía que la "suerte" protegía a Huerta, para que poco a poco se fuera quedando con la presidencia de la República de México. En efecto, primero se había encargado de la contrarrevolución contra Zapata y Orozco; después, Bernardo Reyes, su contrincante más fuerte, que quizá en una campaña cívica lo habría derrotado, murió ante el Palacio Nacional, dejándole franco el camino político. Esta suposición tiene sentido, pues Bernardo Reyes era un hombre con prestigio a pesar de haber cedido frente a Díaz; él fue la cabeza del antirreeleccionismo cuando don Porfirio lo toleró. A los partidarios de Reyes se debió la creación del ambiente propicio para que más tarde prosperara la acción de los hombres que, como Madero, hicieron la Revolución. También Reyes tenía simpatía, porque él fue el oponente más importante que tuvo José Ives Limantour, cabeza del grupo científico y quien igualmente aspiraba a la presidencia. Lo anterior, independientemente de que en el último momento estos dos prominentes hombres del porfirismo trabajaran juntos para conseguir el poder, cuando ya el ánimo de Díaz se había doblegado ante los triunfos de las armas revolucionarias.

Por su parte, Félix Díaz, que entre sus méritos contaba "ser el sobrino de su tío", no había sido notable en política, pues el cargo más importante que tuvo durante la administración porfiriana fue el de inspector general de policía. Sin embargo, por la oportunidad de su cuartelazo en Veracruz contra Madero, se enriqueció políticamente su figura con muchos simpatizantes. Después, durante los días a que ahora nos referimos, una buena parte de la sociedad mexicana, inconforme con los resultados de la Revolución, casi por inercia, se hizo su partidaria. Entre aquel grupo de Díaz hubo algunos antiguos "reyistas" que se habían decepcionado de su candidato por haber aceptado, en el momento crucial de su campaña política, la comisión "forzosa" que Porfirio Díaz le encargó en Europa. O bien, porque ya muerto Reyes, sus partidarios estaban dispuestos a adherirse a quien representara intereses similares a los de su candidato. Parece ser que desde que Madero le encargó a Huerta la comandancia de la plaza, éste se sintió seguro de su posición política, precisamente, por tener a Madero bajo su control; o sea "al talón de Aquiles" de aquella situación. De modo que Huerta, por estar plenamente decidido a llegar a la presidencia al precio que fuera, optó por entrar en pláticas con Félix Díaz, quien sin otro remedio se decidió por aceptar las promesas de Huerta, dadas en el sentido de que éste asumiría el poder interinamente y que luego se lo entregaría a Díaz, cuando celebrara nuevas elecciones; como en efecto las verificó, pero después de haber mandado a su contrincante político al Japón.

Con estos antecedentes, y con las ambiciones políticas de los generales nombrados puestas en juego para conseguir la presidencia de la República, el 9 de febrero de 1913, breve periodo considerado nefasto en la historia de nuestra nación, se inició en la ciudad de México, Distrito Federal, la Decena Trágica.

El Imparcial, El País, El Diario del Hogar y los demás diarios de la capital a partir de aquel día tuvieron un magnífico material periodístico que se refería a los acontecimientos de aquel movimiento. La acción rebelde había principiado en Tacubaya, en forma muy secreta, en las primeras horas de la mañana de aquel día 9. Entonces, el segundo y el quinto regimiento de Artillería y el primero de Caballería, instigados por el general Gregorio Ruiz, interesado en el éxito político del general Reyes, y por el general Manuel Mondragón, quien asumió la jefatura de los partidarios de Félix Díaz para ponerlo al frente de la nación, sublevaron al ejército contra el Ejecutivo. Aquellos dirigentes con mucha diligencia instruyeron a sus seguidores para consumar el golpe militar. Bien distribuidos, se dirigieron a la Escuela de Aspirantes; luego a la prisión de Santiago Tlaltelolco para poner en libertad a Bernardo Reyes, y después casi todos, juntos, se fueron a la Penitenciaría para libertar a Félix Díaz. Los "aspirantes", por su parte, consiguieron tomar el Palacio Nacional. Hay que traer a la memoria que el licenciado Vázquez Gómez quiso ser la cabeza de aquella revuelta, pero los generales alzados no pudieron llegar a ningún acuerdo con él.
Reyes, después de su frustrada pequeña campaña militar contra el gobierno de Madero, se había rendido en Linares, Nuevo León, y por eso estaba preso. Y Félix Díaz purgaba una condena por su sublevación en Veracruz, ya que Madero lo había indultado de la pena capital.
En aquellos días, el grupo maderista, la "reacción"; los revolucionarios del norte y del estado de Morelos; algunos miembros del equipo de Madero; la opinión de varios diplomáticos acreditados en nuestro país, y una parte del pueblo estaban de acuerdo, con distintas metas, en que el presidente y el vicepresidente de México debían dimitir. Cada uno tenía sus razones: muchos maderistas estaban decepcionados de su líder; la reacción tenía gran interés en que volvieran las cosas al estado que guardaban antes de la Revolución ; algunos revolucionarios se sentían traicionados y consideraban pisoteado el Plan de San Luis Potosí; ciertos miembros del equipo maderista no se avenían a aceptar el desastre administrativo de los mandatarios, o bien, deseaban encumbrarse a cualquier precio. Algunos representantes del cuerpo diplomático, con celo de su misión o argumentando la protección de sus súbditos, o por ambiciones personales, se inmiscuyeron en los asuntos internos de México, rebasando de plano sus atribuciones. De modo que todos, conjuntando su interés y actuando cada quien en la proporción adecuada que les convenía, provocaron la caída del presidente y del vicepresidente. Aquel éxito consistente en derrocar a los mandatarios, para entonces con poca popularidad, también trajo como consecuencia que el pueblo mexicano volviera, en cierto modo, al pasado porfiriano.

A pesar de los acontecimientos, daba la impresión de que Francisco I. Madero no se percataba de lo que estaba pasando. Sin embargo, Pino Suárez, por su parte, ya actuaba con cierta desconfianza. Don Gustavo, el hermano del presidente, era el único que veía con cierta claridad los peligros que acechaban al gobierno constituido. Pero sus advertencias resultaron relativas, dudosas o interesadas, ya que los políticos le atribuían ambiciones para llegar a la presidencia. De haber sido esto cierto, la perspectiva resultaba terrible tanto para los reaccionarios como para los revolucionarios; los últimos hasta llegaron a pensar que la dictadura de Díaz iba a ser sustituida por una dictadura familiar. Así se entiende por qué don Gustavo, ajeno a las ambiciones que le atribuían y en medio de los ataques de sus enemigos, optara por abandonar la dirección de La Nueva Era (periódico fundado por él para la defensa del régimen), y resolviera viajar al Japón. Pero sus propósitos no se realizaron, pues durante la Decena Trágica y después de ser aprehendido el día 12 de febrero en el restaurante Gambrinus se le tuvo unas horas preso y luego fue objeto de uno de los más bochornosos asesinatos de aquella época. Huerta utilizó a don Gustavo como instrumento de transacción o componenda en beneficio de sus intereses y para satisfacer la sed de sangre de los rebeldes parapetados en La Ciudadela.

Al principio de la Decena Trágica parecía que Félix Díaz era la única persona abocada para la presidencia de la República, por ser la figura política del momento. Él contaba con el fuerte apoyo del general Mondragón, quien a su vez controlaba al ejército, y por lo mismo la situación de la ciudad de México. Ahora, para ver con más claridad la forma como Huerta se colocó "políticamente" para ascender vertiginosamente a la presidencia, valga traer a la memoria lo siguiente: al principio de la Decena Trágica, él no tenía ningún entendimiento con los rebeldes; e inclusive, hasta actuó en su contra con gran violencia, ya que lo primero que hizo al entrar al Palacio Nacional al lado del presidente fue mandar fusilar al general Gregorio Ruiz, aprehendido por la osadía de Lauro Villar, al tiempo que aquél le intimó su rendición. Es decir, fue notable al principiar la Decena Trágica que los intereses de Huerta y los de los alzados eran opuestos. Aún más, los rebeldes tampoco contaron entre sus planes con que Huerta se les atravesara en el camino. En realidad, la presencia de Huerta en aquella revuelta fue circunstancial y sólo iba a ser temporal, en sustitución de Villar, mientras éste se curaba de las heridas recibidas al defender el Palacio Nacional. Por eso fue que, en breve tiempo, Huerta estuvo en la posibilidad de imponer sus condiciones, y quedarse con el mando del país. Tampoco se pudo imaginar este general que Henry Lane Wilson fuera a apoyarlo en sus planes, pues en principio, el embajador de los Estados Unidos sólo tenía tratos con Félix Díaz.

Huerta fue nombrado comandante de la plaza por el secretario de Guerra, general Ángel García Peña. Este colaborador del presidente, después del ataque al Palacio Nacional, del que había salido bien librado porque Lauro Villar les arrebató el mismo a los rebeldes, se dirigió a Chapultepec para imponer al presidente de lo que acababa de suceder. Entonces, la reacción de Madero, como siempre, fue valiente. Antes de partir exhortó a los cadetes del Colegio Militar para que defendieran la legalidad contra un "motín militar", y se dirigió al Palacio Nacional escoltado por aquellos jóvenes. En el recorrido, al pasar frente al café Colón, se le incorporó Huerta. Pero Madero tuvo necesidad más adelante de refugiarse en la fotografía Daguerre, pues le dispararon desde la calle Cinco de Mayo.

Al salir de aquel lugar, según nos cuenta Prida, el general García Peña le dijo a Madero: "Con permiso de usted voy a nombrar comandante militar de la plaza a Victoriano Huerta";[ 4 ] pero el presidente, mostrando enojo por aquella sugerencia, sólo le permitió ponerlo al frente de su columna. Sin embargo, al llegar al Palacio Nacional, García Peña volvió a insistir en su recomendación, alegando que Huerta era el primer general que se le había unido; y el propio Huerta, aprovechando los instantes de aquella situación, lanzó este grito: "¡Pueblo mexicano, viva el presidente de la República !" Entonces, "el señor Madero, con aire de disgusto, contestó al general García Peña: está bien, nómbrelo usted".[ 5 ] De este modo, Huerta, con sagacidad e inquebrantable insistencia, alcanzó a llegar al puesto clave que necesitaba para tener la posibilidad de realizar sus proyectos. Con su nombramiento, ya sólo tendría como problema actuar con "táctica" política, pensar con agudeza, y en caso de ser necesario, no reparar en los medios para conseguir sus fines. Poco antes del nombramiento citado, el general Lauro Villar, como si presintiera lo que iba a suceder, y probablemente por conocer el modo de pensar de Huerta, antes de desmayarse a causa de sus heridas, le dijo al nuevo comandante frente al general García Peña: "júrame por tu honor que quemarás hasta el último cartucho en defensa del gobierno constituido"; y fue necesario que le repitiera tres veces la pregunta, para que el interpelado al fin le contestara: "sí, hermano, tranquilízate".[ 6 ]

El nuevo comandante militar, aprovechando la oportunidad del "río revuelto", desarrolló sus planes en tal forma que nosotros los podemos destacar en cuatro tiempos: a) Aislar al presidente de sus fuerzas leales y evitar el apoyo directo que le pudiera brindar el general Felipe Ángeles, por quien había ido a Cuernavaca; o bien, el que le ofreciera el general Manuel Rivera, proveniente de Oaxaca. b) Rodearse de gente de confianza y decidida, que además odiara el régimen revolucionario, como por ejemplo el general Aureliano Blanquet, Enrique Zepeda, el teniente coronel Jiménez Riveroll, el mayor Izquierdo, los oficiales Luis Fuente y Revilla y los tenientes de rurales Francisco Cárdenas y Rafael Pimienta, etcétera. c) Actuar primero con rudeza contra los hombres de La Ciudadela, para eliminarlos de ser posible; o bien, para demostrarles su poderío, dejando entrever al mismo tiempo, disposición para llegar a un arreglo bajo sus condiciones. d) Tratar de convertirse, de ser posible, en un instrumento al servicio de la legalidad; y de este modo ejecutar, por ejemplo, las órdenes de los senadores, de los ministros, o de quien tuviera autoridad, para derribar a Madero y Pino Suárez. De fallar este proyecto, como sucedió, entonces se asociaría con los hombres de La Ciudadela, como lo consiguió, para preparar con ellos el golpe militar; e inclusive, la trágica muerte de los mandatarios, y luego tratar de mostrarse ajeno a los hechos. Por eso, aparentemente sólo estuvieron inmiscuidos en aquel crimen, principalmente, Félix Díaz, Manuel Mondragón y Aureliano Blanquet.

Los planes de Huerta se fueron desarrollando en el orden previsto. En efecto, al principio aisló al presidente de la escolta del Colegio Militar y de las fuerzas leales que combatieron bajo las órdenes de Lauro Villar; y con engaños, aprehendió a Felipe Ángeles, a quien confinó con Madero y Pino Suárez, y detuvo al general Manuel Rivera. A continuación, Huerta se rodeó de las gentes comprometidas con él y capaces de cumplir cualquiera de sus decisiones. Y antes de dar su golpe militar, con arreglo a sus planes, intentó actuar por mandato de los senadores, o de cualquier persona con representación pública suficiente, que le pudiera dar la orden de derrocar al gobierno. En realidad, pretendía evitar la responsabilidad directa que le pudiera resultar, por su interesada intervención en este suceso. Por eso trató "su negocio" con don Pedro Lascuráin, secretario de Relaciones Exteriores, que desde aquel momento, por proteger las vidas de Madero y Pino Suárez, se dedicó a trabajar las renuncias de los mandatarios. Luego, el día 14, Huerta convocó a los senadores, que se reunieron a la mañana siguiente, para considerar con ellos la situación nacional. Algunos de aquellos representantes, así como varios diputados, simpatizaban con la idea de que Madero y Pino Suárez renunciaran, pero por conducto de Ernesto Madero y Manuel Bonilla, el presidente les dijo que no obsequiaría sus deseos. Como los representantes del pueblo insistieron en su postura, alegando querer evitar la intervención armada de los Estados Unidos, con la que amagaba el embajador Henry Lane Wilson hasta que oficialmente fue desmentido por el presidente Taft, el general García Peña les consiguió la entrevista, y Madero les reiteró que sólo muerto dejaría el poder. Al ver Huerta que no conseguía con rapidez la realización de sus planes, empezó a darle facilidades a Félix Díaz y a sus partidarios, para que este jefe se animara a tratar con él. Huerta le dejó saber que estaba de acuerdo en derrocar a los mandatarios, y también en que se nombrara a un presidente interino para que convocara elecciones. Díaz estuvo de acuerdo con la propuesta, y sólo exigió como requisitos la separación inmediata del presidente y que ninguno de sus ministros pudiera figurar para cubrir aquel interinato. Al mismo tiempo, como Huerta jamás desistió de su primer proyecto, pues acariciaba la posibilidad de que los senadores destruyeran a Madero, volvió a citar a los mismos para el día 17. Entonces, casi todos concurrieron con el comandante militar, pues pensaban que les tendría algún recado del presidente; pero experimentaron una gran sorpresa cuando Huerta sólo les dijo que se ponía a su disposición y que obedecería cualquier "orden", que él esperaba en el sentido de que derribara a Madero y a Pino Suárez. Pero como los senadores no cayeron en la trampa, y no le pidieron nada; entonces Huerta, el día 19, decidió dar su gran golpe y concluir con brutalidad todos sus problemas.

Fue por eso que Huerta formalizó sus tratos con los rebeldes, y junto con Félix Díaz firmó el Pacto de la Embajada (la de Estados Unidos).[ 7 ] En aquella formalidad convinieron dar el cuartelazo, aprehender a los mandatarios y que Huerta quedara como presidente interino. En toda esta trama, Huerta había procedido como un gran simulador, al grado de que ni por la perspicacia de don Gustavo A. Madero, que era tan agudo para advertir los peligros, se pudo siquiera captar que los fines del comandante militar se orientaban contra el gobierno de su hermano. En realidad, Huerta pudo pactar con los rebeldes, porque desde el principio de la Decena Trágica estuvo cosechando relaciones con todas las gentes de importancia política; así actuó, para escoger en un momento dado, el camino que más le conviniera. Así por ejemplo, de sus relaciones con Félix Díaz hay que recordar que desde el día 10 había enviado al coronel Guaspe a la dulcería El Globo, para conferenciar en su nombre con Díaz, quien desde aquel momento se vio en la necesidad de doblegarse a aquellas inesperadas circunstancias. Luego, al día siguiente, el propio Huerta conferenció con Félix Díaz en la casa del ingeniero Enrique Cepeda, y se sabe que, desde entonces, se pusieron de acuerdo ambos militares en derribar al gobierno y aprehender a los mandatarios. Pero esto iba a ocurrir hasta cuando Huerta lo decidiera; mientras tanto, el comandante militar se estuvo dando tiempo para tratar de conseguir sus fines de modo legal.

Mientras que Huerta se desplazaba con habilidad, tratando de conseguir una orden legítima para derribar al gobierno, en la ciudad casi siempre hubo un constante tiroteo entre las fuerzas gobiernistas y las rebeldes. Y, como el pueblo se percató que de aquellos combates no traían resultados prácticos en perjuicio de los contendientes, excepción hecha de las víctimas civiles que caían en las calles, empezó a comentarse con frecuencia que los propios combates sólo eran una farsa. Sin embargo, en la ciudad de México había consternación por el inminente peligro de perecer accidentalmente. Especialmente, los representantes diplomáticos acreditados en México se mostraron muy preocupados por la intranquilidad reinante en la nación, y porque no hallaban la manera de conseguir la seguridad de las vidas y propiedades de sus propios súbditos, a quienes debían protección. Por eso, a algunos de ellos les pareció "humanitario" hacerle saber al presidente que debía renunciar a su cargo. Es famoso que el embajador de los Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson, se inmiscuyó indebidamente en nuestros asuntos internos, atentando al orden y a la respetabilidad de la soberanía mexicana. Se puede decir que después de que fracasó en sus gestiones ante el presidente, para obtener la protección y las garantías necesarias para los norteamericanos, tomó la decisión de darle vuelo al complot político que concluyó en el Pacto de la Embajada, de los Estados Unidos.

En realidad, con motivo de los disparos cruzados desde palacio, la calle de Balderas, La Reforma, etcétera, la ciudad de México se convirtió en un territorio peligrosísimo. Precisamente, con base en esta situación, Henry Lane Wilson y los demás diplomáticos exageraron su "actitud protectora", con las honrosas excepciones del embajador de Cuba Manuel Márquez Sterling, quien inclusive se jugó la vida para tratar de salvar a los mandatarios, y el del Japón, Horigoutchi.

Al inmiscuirse Wilson en nuestros asuntos, procedió conforme a sus convicciones y modo de ser respecto a Madero, con actitud vengativa, y probablemente influido por la opinión media de los norteamericanos de aquella época en relación con los mexicanos. En efecto, Wilson, que era metódico y ordenado, consideraba a Madero un inepto e incapaz de gobernar al país; además, lo detestaba porque antes de que Madero entrara a la política nacional, éste se opuso a los big business que representaba Wilson en nuestro país. Asimismo, conforme a los principios de Wilson, también le era insoportable la figura política de Madero porque por su culpa durante la Decena Trágica prevalecía la inseguridad en vez de la paz; de modo que se ponían en peligro las vidas y los derechos de los conciudadanos norteamericanos por los que él era responsable ante Washington. Wilson, que había venido a México cuando gobernaba don Porfirio Díaz, por su actitud en aquellos días, se convirtió en el receptor de casi todas las culpas y de los males habidos en México. Inclusive hasta se le responsabilizó directamente de la muerte de Madero y de Pino Suárez. Sin embargo, según su correspondencia[ 8 ] y por las noticias de la prensa nacional contemporánea, se deduce que la principal responsabilidad de Wilson consistió, en cuanto a las muertes referidas, en ser indiferente ante la suerte tan clara que les deparaba a los mandatarios estando en las manos de Huerta. Quizá Wilson había creído en una nota de Huerta, en la que prometió que respetaría las vidas de los gobernantes de México. Pero es difícil pensar que Wilson hubiera querido ayudar a los prisioneros en peligro, pues ni los respetaba y los despreciaba. De ahí su prurito para probar al mundo la escasa eficiencia de aquellos personajes mexicanos. Asimismo es probable que la conducta de Wilson haya estado condicionada por las opiniones de los norteamericanos respecto a nosotros en aquellos días. Pensaban que faltaba educar al pueblo de México, cuyas limitaciones sociológicas eran la causa de su hundimiento en la desgracia y en la miseria, por lo que había que redimirlo. Por eso, era necesaria la intervención de los Estados Unidos, como en Filipinas y en Cuba, a través de la autoridad establecida. Pero también pensaban que México no podía lograr su reconstrucción si los inversionistas extranjeros no tenían confianza en el país. Por tanto, nuestro futuro dependía de la voluntad de aquellos extranjeros para ayudar, o sea, de su intervención político-social. México, agregaban, es el producto de muchas gentes, culturas y épocas, pero le falta conseguir su síntesis, etcétera. En resumen, aquellas opiniones norteamericanas eran muy pobres, pero al fin y al cabo constituían una realidad. Por eso, las mismas, de modo parcial, pueden explicar el proceder de Wilson, y su interés en inmiscuirse en los asuntos internos de México.

Según lo referido, nos podemos imaginar con facilidad la alegría que experimentó Wilson el día 19 cuando, con el carácter de jefe del cuerpo diplomático, informó a sus compañeros que los había convocado para darles a conocer que el gobierno había caído. En efecto, el día anterior Madero y Pino Suárez habían sido aprehendidos en nombre de Huerta por el general Aureliano Blanquet, quien los mantuvo presos en la intendencia del Palacio Nacional hasta el sábado 22. En esta fecha, los prisioneros fueron trasladados a la Penitenciaría, donde los verdugos Francisco Cárdenas y Rafael Pimienta los asesinaron.

Huerta, de acuerdo con sus planes, por coacción moral y física y con engaños y con falsas promesas, consiguió las renuncias a sus cargos de Madero y Pino Suárez. Después inició sus trámites para ascender a la primera magistratura. Hay que indicar que Huerta fracasó a la luz de la legalidad ya que aquellas renuncias, por el procedimiento seguido para obtenerlas, resultaban jurídicamente nulas y los hechos nulos en derecho no pueden producir efectos. De modo que Huerta jamás estuvo en condiciones legales para ser presidente de México. Si bien es cierto que, desde el ángulo político, aparentemente fue investido en forma correcta, en realidad su ascenso a la presidencia del país, por estar viciado de origen, también contravenía el orden y el respeto que la ley desea hacer imperar. A ello se debió que Venustiano Carranza, primer jefe del Ejército Constitucionalista, dispusiera el 24 de abril de 1913 en su decreto número dos: "Se desconoce a partir del 19 de febrero del corriente año todas las disposiciones o actos emanados de los tres poderes del llamado gobierno del general Victoriano Huerta, así como de los gobiernos de los estados que lo hubieren reconocido o reconocieren". Lo anterior, independientemente de los alcances jurídicos del desconocimiento decretado.

La manera como Huerta llegó a la primera magistratura es famosa: conforme a la Constitución de 1857, al faltar el presidente constitucional, lo sustituía el secretario de Relaciones Exteriores; así Francisco León de la Barra le siguió a Porfirio Díaz. Pero en el caso de faltar el presidente interino surgido de la Secretaría de Relaciones Exteriores, entonces éste era suplido por el secretario de Gobernación. Ahora bien, durante la Decena Trágica, don Pedro Lascuráin era el secretario de Relaciones Exteriores de Madero; por tanto, él fue quien lo sustituyó como presidente interino hasta el momento en que Huerta le exigió su renuncia. Por cierto que con el carácter de presidente interino, don Pedro Lascuráin sólo ejerció dos actos públicos en su brevísimo mandato de veinticuatro horas: primero nombró a Huerta secretario de Gobernación y luego presentó su renuncia a la presidencia de la República. Lascuráin accedió a aquella petición porque Huerta le prometió que, si respetaba sus planes, él a su vez le garantizaría las vidas de Madero, Pino Suárez y Felipe Ángeles. Por eso, de manera aparente el general Huerta siguió el orden constitucional para ser presidente, pues al renunciar Lascuráin, él, por ser el secretario de Gobernación, se convirtió en el presidente interino de México. Seguramente, desde que se firmó el Pacto de la Embajada, los enemigos del gobierno constituido pensaron que aquel camino seguido por Huerta era el adecuado. Por eso, el propio general Huerta y sus partidarios al principio actuaron convencidos de la legalidad de su ascenso constitucional; pero, como se dijo, esto fue falso. También se creyó en aquellos días que Huerta iba a compartir su poder con Félix Díaz, pero es famoso que no sucedió así.

Al "triunfar" Victoriano Huerta, en el país volvieron las cosas al estado que guardaban antes de la victoria revolucionaria y democrática de Madero y Pino Suárez. Por tanto, volvió a imperar el viejo régimen.

El gobierno usurpador llegó a tener alguna popularidad en su momento histórico, y aun estuvo a punto de salvarse definitivamente. Pero al poco tiempo tomó vuelo el desprestigio de su origen que, sumado a los desaciertos políticos que cometió y a las violencias y crímenes que llevó a cabo para sostenerse, lo hizo caer. Específicamente resultó determinante en su fracaso la negativa de los Estados Unidos para reconocerlo, ya que Woodrow Wilson, quien sustituyó a Taft, no aprobó sus medios de elevación ni tampoco oyó las recomendaciones de Henry Lane Wilson para favorecerlo. Igualmente, la ocupación americana en Veracruz, provocada por un incidente sin sentido político y violatorio de nuestra soberanía, tuvo significación para precipitar la caída del gobierno usurpador. Huerta, torpemente, en vez de haber aprovechado el furor patrio provocado por la nombrada ocupación de aquel puerto del Golfo, cometió un error muy grande al desviar el sentimiento nacional. En efecto, en vez de enviar a luchar a los mexicanos alistados contra las fuerzas norteamericanas a Veracruz, los envió al norte para tratar de repeler a Francisco Villa, quien venía al mando de la División del Norte por el centro del país; a Álvaro Obregón, quien avanzaba por el noroeste al mando de sus fuerzas y de muchos yaquis, y a Pablo González, quien atacó por el noreste de México. El zapatismo también influyó en el descrédito y la caída de Huerta. Pero fue la gran revolución norteña, iniciada con el Plan de Guadalupe, la que con el tiempo volvió a hacer imperar el régimen revolucionario y derrocó a aquel gobierno usurpador.
Durante la presidencia de Victoriano Huerta muchas personas consideraron que su gobierno garantizaba con plenitud la tranquilidad, la seguridad y la paz perdidas en 1910. Inclusive, en un momento dado, el ritmo de la vida nacional se pareció al que se llevaba durante el gobierno de Porfirio Díaz. Por eso puede decirse que a Venustiano Carranza le tocó reiniciar la revolución que Madero dejó sin concluir y que su lucha significó la salvación de nuestra Revolución, que fue la primera popular de nuestro siglo en el mundo.

Carranza, al oponerse a la vigencia del viejo régimen, salvó la Revolución. Su bandera de la legalidad durante la Decena Trágica fue su Plan de Guadalupe. Dicho plan se basaba en el cumplimiento de los preceptos de la Constitución de 1857, que también Porfirio Díaz había infringido en muchos aspectos. Madero y Pino Suárez fueron para los carrancistas símbolos de la legalidad y la constancia de que la Revolución había sido destruida por la reacción. Pero quede claro que la revolución constitucionalista no se verificó simplemente como un acto de venganza contra Huerta, sino que su verdadera meta consistió en tratar de salvar los principios netamente revolucionarios, y apuntar la conquista definitiva de los derechos sociales.

Al triunfar Venustiano Carranza, hizo desaparecer para siempre el viejo régimen y, después de sus reformas de Veracruz, plasmó sus conquistas de orden social en la Constitución de 1917, hoy vigente.

El pacto de la Ciudadela[ 9 ]
En la ciudad de México, a las nueve y media de la noche del día dieciocho de febrero de mil novecientos trece, reunidos los señores generales Félix Díaz y Victoriano Huerta, asistidos el primero por los licenciados Fidencio Hernández y Rodolfo Reyes, y el segundo por los señores teniente coronel Joaquín Maas e ingeniero Enrique Cepeda, expuso el señor general Huerta que, en virtud de ser insostenible la situación por parte del gobierno del señor Madero, para evitar más derramamiento de sangre y por sentimiento de fraternidad nacional, ha hecho prisionero a dicho señor, a su gabinete y a algunas otras personas; que desea expresar al señor general Díaz sus buenos deseos para que los elementos por él representados fraternicen y todos unidos salven la angustiosa situación actual. El señor general Díaz expresó que su movimiento no ha tenido más objeto que lograr el bien nacional y que, en tal virtud, está dispuesto a cualquier sacrificio que redunde en beneficio de la patria.

Después de las discusiones del caso, entre todos los presentes arriba señalados se convino en lo siguiente:
Primero. Desde este momento se da por inexistente y desconocido el Poder Ejecutivo que funcionaba, comprometiéndose los elementos representados por los generales Díaz y Huerta a impedir por todos los medios cualquier intento para el restablecimiento de dicho poder.
Segundo. A la mayor brevedad se procurará solucionar en los mejores términos legales posibles la situación existente, y los señores generales Díaz y Huerta pondrán todos sus empeños a efecto de que el segundo asuma antes de sesenta y dos horas la presidencia provisional de la República con el siguiente gabinete.
Relaciones: licenciado Francisco León de la Barra
Hacienda: licenciado Toribio Esquivel Obregón
Guerra: general Manuel Mondragón
Fomento: ingeniero Alberto Robles Gil
Gobernación: ingeniero Alberto García Granados
Justicia: licenciado Rodolfo Reyes
Instrucción Pública: licenciado Jorge Vera Estañol
Comunicaciones: ingeniero David de la Fuente
Será creado un nuevo ministerio, que se encargará de resolver la cuestión agraria y ramos anexos, denominándose de Agricultura y encargándose de la cartera respectiva el licenciado Manuel Garza Aldape.

Las modificaciones que por cualquier causa se acuerdan en este proyecto de gabinete deberán resolverse en la misma forma en que se ha resuelto éste.

Tercero. Entre tanto se soluciona y resuelve la situación legal, quedan encargados de todos los elementos y autoridades de todo género, cuyo ejercicio sea requerido para dar garantías, los señores generales Huerta y Díaz.

Cuarto. El señor general Félix Díaz declina el ofrecimiento de formar parte del gabinete provisional, en caso de que asuma la presidencia provisional el señor general Huerta, para quedar en libertad de emprender sus trabajos en el sentido de sus compromisos con su partido en la próxima elección, propósito que desea expresar claramente y del que quedan bien entendidos los firmantes.

Quinto. Inmediatamente se hará la notificación oficial a los representantes extranjeros, limitándola a expresarles que ha cesado el Poder Ejecutivo; que se provee a su sustitución legal; que, entre tanto, queden con toda la autoridad del mismo los señores generales Díaz y Huerta, y que se otorgarán todas las garantías procedentes a sus respectivos nacionales.
Sexto. Desde luego, se invitará a todos los revolucionarios a cesar en sus movimientos hostiles, procurando los arreglos respectivos. El general Victoriano Huerta. El general Felix Diaz.

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