“Los generales Félix Díaz y Manuel Mondragón, a poco más de un centenar de metros del lugar donde cayó el general Reyes, no hicieron el menor movimiento militar de auxilio ni de lucha. Se quedaron desconcertados durante varios minutos, sin saber que partido o acción tomar. Finalmente alguien recordó el plan original de marchar sobre la ciudadela y apoderarse de los pertrechos de guerra allí custodiados. Díaz y Mondragón llegaron a la conclusión de que la ciudadela era el punto débil de las defensas del gobierno y resolvieron ponerse en marcha hacia ese objetivo, se retiraron sin haber disparado un solo tiro.”
“Los defensores de palacio después de las descargas de fusilería y de metralla, en que murió Reyes y algunos de sus seguidores, tampoco intentaron hostigar a los rebeldes desde su posición, y aún menos salir de sus parapetos a perseguirlos, de tal forma que los rebeldes pudieron replegarse, deshonrosamente, pero sin contratiempos en búsqueda de un objetivo más fácil, así se reagruparon en la calle de san Ildefonso y continuó la columna, con el general Díaz al frente, cruzando la ciudad de oriente a poniente. La guardia de la Ciudadela defendió brevemente el recinto, pero ante la superioridad del enemigo, rápidamente se vieron superados y se rindieron.
“Al tomar la ciudadela, que era una finca endeble, Felix Díaz quiso retirarse a Tacubaya, debido a que el lugar no ofrecía ninguna ventaja, para la defensa, ni para recibir víveres, pero en la imposibilidad de cargar todas las armas allí almacenadas, y sabiendo que podrían ser su mayor fuerza, o utilizadas en su contra, su principal desventaja. Opto por quedarse, no sin haberlo discutido con Mondragón quien le prometio mantener a raya a las fuerzas del gobierno, gracias al despliegue de las baterías de artillería y a la gran cantidad de ametralladoras allí concentradas. Mondragón consideró que si bien el lugar era impropio para la defensa de los pronunciados, en cambio si podría favorecer un levantamiento popular. Ochenta y cinco mil rifles, cien ametralladoras, veintisiete cañones, cien mil granadas y veinte millones de cartuchos, era el arsenal allí guardado y que permitiría armar a todos aquellos interesados en integrarse al movimiento. Los pertrechos capturados, equivalían por lo menos al doble del poder de fuego que tenían las fuerzas del gobierno en todo el país.”
“Los defensores de palacio después de las descargas de fusilería y de metralla, en que murió Reyes y algunos de sus seguidores, tampoco intentaron hostigar a los rebeldes desde su posición, y aún menos salir de sus parapetos a perseguirlos, de tal forma que los rebeldes pudieron replegarse, deshonrosamente, pero sin contratiempos en búsqueda de un objetivo más fácil, así se reagruparon en la calle de san Ildefonso y continuó la columna, con el general Díaz al frente, cruzando la ciudad de oriente a poniente. La guardia de la Ciudadela defendió brevemente el recinto, pero ante la superioridad del enemigo, rápidamente se vieron superados y se rindieron.
“Al tomar la ciudadela, que era una finca endeble, Felix Díaz quiso retirarse a Tacubaya, debido a que el lugar no ofrecía ninguna ventaja, para la defensa, ni para recibir víveres, pero en la imposibilidad de cargar todas las armas allí almacenadas, y sabiendo que podrían ser su mayor fuerza, o utilizadas en su contra, su principal desventaja. Opto por quedarse, no sin haberlo discutido con Mondragón quien le prometio mantener a raya a las fuerzas del gobierno, gracias al despliegue de las baterías de artillería y a la gran cantidad de ametralladoras allí concentradas. Mondragón consideró que si bien el lugar era impropio para la defensa de los pronunciados, en cambio si podría favorecer un levantamiento popular. Ochenta y cinco mil rifles, cien ametralladoras, veintisiete cañones, cien mil granadas y veinte millones de cartuchos, era el arsenal allí guardado y que permitiría armar a todos aquellos interesados en integrarse al movimiento. Los pertrechos capturados, equivalían por lo menos al doble del poder de fuego que tenían las fuerzas del gobierno en todo el país.”
“Además, como era notorio el apoyo de la mayoría de los habitantes de la metrópoli para los sublevados, estos estaban confiados, en que no les faltarían víveres, ni atenciones médicas, ni estímulos del vecindario, ni noticias de los soldados del ejercito. La elección de la ciudadela para defenderse había sido fortuita pero afortunada.”
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