El día 23 de enero de 1850, en la Iglesia Parroquial de Colotlán, el presbítero don Basilio Terán, con licencia del Párroco Andrés López de Nava caso y velo in facie eclessie, a Jesús Huerta Córdova, originario y vecino de este lugar, de estado soltero, de veintidós años de edad, hijo legítimo de Rafael Huerta, ya difunto y de Trinidad Córdova, viva, y a Refugio Márquez, originaria y vecina del Plateado, jurisdicción de Tabasco, y avecindada en esta Ciudad, doncella de veintiún años de edad, hija legítima de José María Márquez y de Soledad Villalobos, ambos vivos. Fueron padrinos: Justo Córdova y Margarita Córdova, y testigos al matrimonio Juan Pedro Ordoñez y José María Escovedo. Y para constancia lo firmo Pbro. Andrés López de Nava y Pbro. Basilio Terán.
Para el día 23 de diciembre de ese mismo año, se presentan ante los párrocos Andrés López Nava y don Basilio Terán, el joven matrimonio de Don Jesús Huerta Córdova y doña Refugio Márquez con el primer fruto de su unión: el presbítero don Basilio Terán con licencia del párroco bautizó solemnemente a José Victoriano de un día de nacido en lunes a las ocho de la mañana en este lugar; hijo legítimo de Jesús Huerta Córdova y de Refugio Márquez:. Fueron padrinos: Agapito Márquez y Ramona Márquez a quienes advirtió su obligación y parentesco espiritual. Firman Pbro. Andrés López de Nava y Pbro. Basilio Terán.
Los primeros años de vida
Los primeros años de vida del infante victoriano Huerta se verán marcados por trascendentales acontecimientos para la vida de su familia y comunidad, aún no cuenta un año de vida cuando ocurre una tremenda escasez de maíz, que provoca una angustiosa hambruna entre todos los moradores del municipio y la región. El Río Colotlán se desborda arrastrando el dique de contención de la Presa de víboras y llevándose consigo muchas casas y huertas de la ciudad. El siguiente año de 1851, se iniciara el reparto de las tierras comunales de los pueblos indígenas, decretada por la Legislatura Local, y encabezada por don Diego Cortes, presidente de la Comisión Agraria.
En 1855, cuando se publica con gran revuelo la famosa Ley Juárez, el celebre y legendario Manuel Lozada, “El Tigre de Alica”, ronda en Colotlán, su causa: la denuncia de la explotación de los indios coras, huicholes y tepehuanes. Exige la libertad para la agricultura, la instrucción pública, el comercio y el respeto de la religión católica. Lozada, con más de ocho mil indios, que sublevados en contra de la repartición de las tierras comunales, apoyan su lucha, derrotara fácilmente a las fuerzas del jefe de la Guardia Nacional, Bernardino Valerio y a partir de ese momento y hasta su muerte, la presencia de Lozada y sus lugartenientes en Colotlán será motivo constante de zozobra para los habitantes del poblado.
En 1858, los colotlenses se encuentran de placemes por la inauguración de la Plaza de Toros la Concordia y al año siguiente, con la promulgación de las Leyes de Reforma, la sociedad colotlense se verá sacudida, por la separación de la Iglesia y el Estado, el matrimonio es desde ahora un contrato civil, así como otros muchos actos realizados anteriormente exclusivamente por la iglesia.
El primero de agosto de 1861, Carlos Rivas, el lugarteniente del “Tigre de Alica” llega a Colotlán después de haber derrocado a las fuerzas del Salitre. La población se refugia, presa de pánico, en los cerros cercanos. Bajo una lluvia pertinaz la gente de Rivas saquea los víveres de los comercios, roban las casas y destruyen los arribos municipales. Ante las nefastas intenciones de incendiar todo Colotlán, el valeroso Cura Don Basilio Terán, se enfrenta a ellos y les pide desistir de tan inhumano y fatídico propósito, a lo cuál acceden y se retiran del poblado, no sin arriar todo el ganado que les fue posible encontrar.
En 1862, el tenaz Padre don Basilio Terán verá realizado su sueño de ver concluido del Templo de san Luis Obispo, y en una solemne misa realizara su inauguración con multitudinaria concurrencia del municipio y la región.
El pequeño Victoriano pasó sus primeros años jugando descalzo con otros niños huicholes y coras, en las calles lodosas y a lo largo del banco del río. Aún de muy pequeño, se parecía mucho más a su madre indígena que a su padre mestizo. Con toda seguridad, el huachichil fue su primera lengua, o por lo menos, lo aprendió junto con el español.
Al llegar el niño a la edad escolar, su padre, a diferencia de los vecinos, se propuso que Victoriano asistiera a clases, en vez de trabajar en el campo, a su lado. En compensación el muchacho obtuvo buenas calificaciones en la pobre escuela rural a la que asistía y que tenía como director al cura que lo había bautizado. Los fines de semana, lustrando zapato en la plaza del pueblo, llevaba a su casa unos cuantos centavos; sin embargo, como se usaban más los huaraches le fue poco productivo su negocio.
Para el día 23 de diciembre de ese mismo año, se presentan ante los párrocos Andrés López Nava y don Basilio Terán, el joven matrimonio de Don Jesús Huerta Córdova y doña Refugio Márquez con el primer fruto de su unión: el presbítero don Basilio Terán con licencia del párroco bautizó solemnemente a José Victoriano de un día de nacido en lunes a las ocho de la mañana en este lugar; hijo legítimo de Jesús Huerta Córdova y de Refugio Márquez:. Fueron padrinos: Agapito Márquez y Ramona Márquez a quienes advirtió su obligación y parentesco espiritual. Firman Pbro. Andrés López de Nava y Pbro. Basilio Terán.
Los primeros años de vida
Los primeros años de vida del infante victoriano Huerta se verán marcados por trascendentales acontecimientos para la vida de su familia y comunidad, aún no cuenta un año de vida cuando ocurre una tremenda escasez de maíz, que provoca una angustiosa hambruna entre todos los moradores del municipio y la región. El Río Colotlán se desborda arrastrando el dique de contención de la Presa de víboras y llevándose consigo muchas casas y huertas de la ciudad. El siguiente año de 1851, se iniciara el reparto de las tierras comunales de los pueblos indígenas, decretada por la Legislatura Local, y encabezada por don Diego Cortes, presidente de la Comisión Agraria.
En 1855, cuando se publica con gran revuelo la famosa Ley Juárez, el celebre y legendario Manuel Lozada, “El Tigre de Alica”, ronda en Colotlán, su causa: la denuncia de la explotación de los indios coras, huicholes y tepehuanes. Exige la libertad para la agricultura, la instrucción pública, el comercio y el respeto de la religión católica. Lozada, con más de ocho mil indios, que sublevados en contra de la repartición de las tierras comunales, apoyan su lucha, derrotara fácilmente a las fuerzas del jefe de la Guardia Nacional, Bernardino Valerio y a partir de ese momento y hasta su muerte, la presencia de Lozada y sus lugartenientes en Colotlán será motivo constante de zozobra para los habitantes del poblado.
En 1858, los colotlenses se encuentran de placemes por la inauguración de la Plaza de Toros la Concordia y al año siguiente, con la promulgación de las Leyes de Reforma, la sociedad colotlense se verá sacudida, por la separación de la Iglesia y el Estado, el matrimonio es desde ahora un contrato civil, así como otros muchos actos realizados anteriormente exclusivamente por la iglesia.
El primero de agosto de 1861, Carlos Rivas, el lugarteniente del “Tigre de Alica” llega a Colotlán después de haber derrocado a las fuerzas del Salitre. La población se refugia, presa de pánico, en los cerros cercanos. Bajo una lluvia pertinaz la gente de Rivas saquea los víveres de los comercios, roban las casas y destruyen los arribos municipales. Ante las nefastas intenciones de incendiar todo Colotlán, el valeroso Cura Don Basilio Terán, se enfrenta a ellos y les pide desistir de tan inhumano y fatídico propósito, a lo cuál acceden y se retiran del poblado, no sin arriar todo el ganado que les fue posible encontrar.
En 1862, el tenaz Padre don Basilio Terán verá realizado su sueño de ver concluido del Templo de san Luis Obispo, y en una solemne misa realizara su inauguración con multitudinaria concurrencia del municipio y la región.
El pequeño Victoriano pasó sus primeros años jugando descalzo con otros niños huicholes y coras, en las calles lodosas y a lo largo del banco del río. Aún de muy pequeño, se parecía mucho más a su madre indígena que a su padre mestizo. Con toda seguridad, el huachichil fue su primera lengua, o por lo menos, lo aprendió junto con el español.
Al llegar el niño a la edad escolar, su padre, a diferencia de los vecinos, se propuso que Victoriano asistiera a clases, en vez de trabajar en el campo, a su lado. En compensación el muchacho obtuvo buenas calificaciones en la pobre escuela rural a la que asistía y que tenía como director al cura que lo había bautizado. Los fines de semana, lustrando zapato en la plaza del pueblo, llevaba a su casa unos cuantos centavos; sin embargo, como se usaban más los huaraches le fue poco productivo su negocio.
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